Autor: José Rivero
Comentario:
Por amor de Dios. Buscar otro técnico para el Monterrey es un total desatino, una gran insensatez. Víctor Vucetich es a todas luces inmejorable, aunque por supuesto no perfecto. 1/ tiene gran arraigo a la ciudad 2/ es una persona muy íntegra 3/ tiene amor a la camiseta rayada 4/ sus estadistas son las mejores. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Autor: Ernesto Piñeyro-Piñeyro
Comentario:
"Con Ojos y Oídos de Niño... de 81 Años, Clamando en el Desierto". Los Toros y el Paso Doble. No me gusta la tauromaquia, es decir, las corridas de toros, pero comprendo a sus defensores, simpatizantes y seguidores. En toda mi vida, solo he asistido a dos funciones o corridas, ambas en la Monumental Plaza México del DF, que dicen que es la más grande del mundo, como es casi todo en esa bellísima ciudad multitudinaria por millones. Andaba yo en los 20 o 21 años, y en mi mejor condición física de corredor de velocidad, cuando un amigo de mis hermanos mayores me invitó a comer unos "Tacos corridos", en ese lugar. No sabía, que esos "Tacos corridos", se llaman así, por la forma en que se consumen, es decir, ¡pídelos, cómetelos y corre porque te alcanzan! De esa manera errante y transhumante, esa vez me comí 15 tacos surtidos, delicia de delicias, créanme. En mi segunda visita al coso, preferí irme comido y cenado, no deseaba más aventuras gastronómicas y atléticas juntas. Ya dejé asentado que no me gustan esos espectáculos taurinos, pero debo admitir que los comprendo, sin apoyarlos, ni juzgarlos. Son impresionantes y sobrecogedores. Me preguntarán, ¿Por qué? de esa ambigüedad moral inaceptable. Les diré, que, a lo largo de mi azarosa vida, he experimentado la cercanía de la muerte, por diferentes causas y de varias formas. Varias veces, a manos de malandros armados con pistolas, (¡Una vez en terrenos de la UANL!); Otras, con chofer embriagado, en viajes por carreteras de terracería, a velocidades alucinantes, e irresponsables, en las que vi morir chavos de mi edad; Metido en ríos bravos, sin saber nadar, y en 15 o 16 más, pero nunca por drogas o enfermedad. Esa tarde, en la arena, el Sol brillaba como debía brillar. No sé si el torero era muy chaparro, o el toro era gigantesco, pero sus hombros apenas rebasaban la cruz del animal, y en cuyo lomo iban clavadas las banderillas de castigo. La sangre del astado brotaba en hilillos y a veces en un borbotón color vino tinto intenso, como el de consagrar, Sangre de Cristo, que lanzaba destellos enceguecedores y brillaba alucinante y espectacular, cuando los rayos solares la herían. En los varios lances, en lo que el toro parecía enroscarse en el cuerpo del matador, siguiendo el capote, su sangre manchaba la chaquetilla del traje de luces, su camisa y a veces, hasta su cara llegaban las gotas hemáticas. La enorme res lo golpeaba con fuerza descomunal y daban la impresión de que se miraban mutuamente con desdén, con odio y con coraje de valientes. Me di cuenta que, estaba en la antesala de la probable, posible y cierta muerte, de una parte, de ese binomio hombre-bestia, donde casi siempre el sacrificado es el toro. Pero, déjenme decirles como tuve esta arrebatadora evocación. Ayer navegaba en la red, cuando me topé con el paso doble, "Cielo Andaluz", (Óiganlo), interpretado, de modo magistral, por la banda de la Plaza México, en el DF. El golpe emocional de esa música fue formidable. Hay en ella, un anuncio de tragedia inminente, de reto y arrogancia ante la predecible muerte de uno de los dos participantes, en ese ritual fantástico, de un posible desenlace brutal para ambas partes. La plaza se silencia ante el paseíllo de los ejecutantes y el paso doble inicia su pregón, como un anuncio, mezcla de todo, destino, omen, de compromiso firmado, irrecusable e irrevocable por ninguno de ambos oficiantes, sin marcha atrás. ¡Dejarme solo! Es la expresión del diestro herido y orgulloso. Dos de los toros sacrificados esa tarde, murieron de golpe, fulminados por la certera estocada, que, de un solo empujón, penetró las entrañas del animal. Los asistentes enloquecieron, festejando la maestría del "tauricida", (término acuñado por mí en este momento, para que suene elegante). Salieron pañuelos blancos, rugieron pechos, lloraron villa melones y aplaudieron los fanáticos y conocedores. Tres filas detrás de mi, un grupo de bellas gringuitas se horrorizaban, como aplaudiendo con sus rodillas y cubriendo sus caras, mostrando sus impecables y crípticos calzoncitos multicolores, que resguardaban sus bellas anatomías de los impúdicos ojos mexicanos. Estuve a punto de perderme el tremendo espectáculo taurino, distraído por estas hijas del tío Sam, pero mis acompañantes me reprendieron a tiempo. No he vuelto a vivir o experimentar el conjunto de emociones de muerte inminente, a 10 metros de mí, con el olor de la sangre inundando mi nariz, aturdido por la estruendosa respuesta del público. Sin saber, qué seguía en el programa, emociones mutuamente sinergizadas, brutales, contradictorias, como las que viví en esas dos corridas. Las hay de dolor y sufrimiento, pero no en medio de un ambiente de fiesta. ¡Viva el paso doble! Pero no puedo decir, ¡Mueran los toros! por ser una anfibología. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
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